El arte de perder
El arte de perder no cuesta tanto
irlo aprendiendo (insisten las cosas
hasta tal punto en perderse, que el llanto
por ellas dura poco). Y el espanto
por perder algo cada día, rosas
que se deshojan, horas, llaves, cuanto
pueda ocurrírsele a uno, no es tanto.
Practica entonces perder más, y goza
el ritmo de la pérdida, su encanto:
pierde ciudades, nombres, y en Lepanto
pierde una mano, un destino, una moza:
nada de esto será para tanto.
Perdí el reloj de mi madre, y el manto
con que cubría mis hombros, la loza
en que tomaba el té, pero igual canto.
Perdí mi tierra, mi rumbo y aguanto
de lo más bien tanta pérdida. Es cosa
de acostumbrarse: no, no es para tanto.
Perderte a ti, por ejemplo, tu encanto
y tu cariño perder, dolorosa
prueba sería, pero nunca tanto
(aunque parezca condena espantosa).
* * *
Un arte
El arte de perder no es difícil adquirirlo.
Tantas cosas parecen empeñadas
en perderse, que su pérdida no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta el tumulto
de llaves de puertas perdidas, la hora malgastada.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.
Practica entonces perder más aún, y más rápido:
lugares, nombres, y el sitio al que se suponía
que viajarías. Nada de esto será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre, y -¡mira!- la última, o
penúltima de tres casas que amaba se fue.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.
Perdí dos ciudades, ambas adorables. Y, más ampliamente,
algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue un desastre.
-Hasta al perderte a ti (la voz bromista, un gesto
de amor) no habré mentido. Es evidente que
el arte de perder no es demasiado difícil de adquirir
aunque parezca por momentos (¡Escríbelo!) un desastre.
* * *
Este arte de perder
No, no es difícil adquirir el arte de perder:
hay tantas cosas empeñadas en
perderse, que su pérdida no importa.
Pierde algo cada día, acepta el río
de llaves que se pierden, horas malgastadas.
No, no es difícil adquirir el arte de perder.
Practica entonces perder más, más rápido:
nombres, lugares, ¿para adónde ibas?
Ninguna de estas cosas es desastre.
Perdí el reloj de mi madre, y -fíjate- la última
o la penúltima casa querida que tuve.
No, no es difícil adquirir el arte de perder.
Perdí mis dos adoradas ciudades, e incluso
algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no es un desastre.
-Incluso si te pierdo a ti (tu voz bromista, esos gestos
que adoro) no habré mentido. Es obvio
que el arte de perder no cuesta ni tanto adquirirlo
aunque por momentos parezca que (¡escríbelo!) sí es un desastre.
1 comentario:
por Fernando Pérez
Este poema de Elizabeth Bishop (1911-1979) me fascinó a la primera lectura. Creo que el contraste entre la vulnerabilidad desde la que habla y la impecable ejecución formal, aliadas, son una excelente muestra de las mejores cualidades de su obra poética. Intenté varias versiones: la primera conserva la métrica y rima, lo que me obligó a alterar algunas de las imágenes, la segunda se ciñe lo más posible a la sintaxis de Bishop y al significado del texto, la tercera intenta recuperar algo de su apariencia oral. Creo que es esencial al poema la tensión entre el juego pueril, en apariencia tan inofensivo, de la rima o el verso y la tristeza de su contenido o, mejor, que es sólo gracias a su transposición a un plano casi musical es posible decir este tipo de cosas sin caer en melodramas. Germán Carrasco incluyó, en su libro Calas, una variación de este poema que me pareció muy acertada al escucharla. Al pensar en la distancia entre el texto inglés y mis tres intentos, me digo que la traducción es también un arte como el que describe Bishop.
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